lunes, 14 de junio de 2010

Historias de fútbol I

Durante estos días he experimentado en demasía una emoción que hace mucho, mucho tiempo no disfrutaba tanto: excitación y expectativa.

Una de las razones de este repentino estado en el que me encuentro es el mundial de Sudáfrica 2010. Cada partido, cada gol y cada jugada es un deleite para mis ojos. Hoy más que nunca mi pasión futbolera se hace presente y se extiende por toda mi humanidad. Nunca pensé volverme tan fanático del fútbol. Pero todo esto es aún más sorprendente por la historia que relataré a continuación.

Comencemos por decir que antes el fútbol me llegaba al pincho. De niño, siempre fui (y sigo siendo) malo cuando jugaba pelota con la gente del barrio. Recuerdo con mucho cariño y nostalgia aquellas pichangas que disputábamos entre los más diestros y los más torpes (yo, por supuesto, en el segudno equipo), aquellos pistazos legendarios que nos dejaban un saldo de raspones en las piernas, mechas entre amigos y la infaltable Kola Real que en ese tiempo costaba cincuenta centavos y rendía para 4 personas. Anécdotas de aquellos días sobran en mi mente, prometo contarlas pronto en un post.

Pero nuestros partidos no sólo eran verdaderos duelos de destreza en las canchas. También contaban los candentes duelos que disputaban mis amigos frente a la multicolor pantalla y prendidos de los gloriosos mandos de Super Nintendo. Todo aquel que me conoce sabe que yo soy un vicioso empedernido; sin embargo, pocos saben de lo mucho que llegué a odiar el soccer virtual. ¿La razón? También ahí era malo.

He de aceptar que soy un picón de primera. Y quizás gracias a que nunca jugué soccer en super ni en play station es que aún conservo muchas de mis antiguas amistades. Recuerdo que nos agrupábamos de a 5 o de a 7 para ir al vicio. Claro, siempre era un grupo impar ya que, los pares se batían en un duelo de patadas, centros y goles y el sobrante era un espectador renegado.

Ese era yo.

Mis amigos se pasaban horas de horas machucando botones obsesivamente y yo en ese entonces tenía el razonamiento de muchas de las chicas que conozco: ¿Qué demonios le ven a controlar once miniaturas que patean un balón? ¿Por qué no se comportan como seres normales? No lo entendía y odiaba el soccer. Lo mío eran los juegos de aventura, los RPG, lo cooperativos. Hasta con los de peleas me defendía, pero nunca me atrevía jugar el siempre recordado Soccer Excitante, el Soccer Human o el Soccer Peruano, como los conocíamos en los vicios del barrio. Tampoco me atreví a jugar el legendario Winning Eleven 3 ni mucho menos el 4.

Durante mucho tiempo perdí mi oportunidad de aprender las bases y la historia de muchos de los jugadores de antaño: sus proezas, sus jugadas, sus lesiones, sus goles. El tiempo seguía avanzando y yo ya ni me molestaba en renegar por mis amigos, siempre esclavos del Soccer. Me dediqué a especializarme en juegos cooperativos y de estrategia. Siempre he sido (eso creo) un buen partner para los juegos; sin embargo, sentía que algo me faltaba, que algo se me estaba escapando.

A inicios de un verano, hace unos dos o tres años, decidí afrontar el reto: cogí un mando y me senté a tratar de disputar los 90 (10 en realidad) minutos que dura un partido de soccer.

¿El resultado? Un enfermo del fútbol.