martes, 24 de agosto de 2010

Hasta pronto, hasta nunca

¿Qué hacer cuando se avecina una tormenta? Alguien me dijo: pues te abrazaría y así, con tu altura, me proteges de las gotas. El gran detalle es que yo no tengo a quién abrazar. Las esperanzas, como la luz de mi cuarto, se apagan después de las doce.

Ella estuvo ahí, me dio su amor, su comprensión y sobre todo, su mirada. Sí, ella me miró. Se atrevió a posar su cálida mirada en este inútil y viejo trasto. Una idea se cruzó por su mente en ese momento: no puedo creer que alguien se digne a intentar reciclar este trasto tan gastado y vejado. Y ella lo intentó.

Y como ella mismo lo dijo: jugar con fuego es emocionante, pero te puedes quemar. Inútilmente traté de ser ese fuego que abraza, que todo lo envuelve y me volví ese fuego que salpica, ese que salta, traidor y dulce; ese que endulza, endiosa, distrae y luego, sin más ¡Zas! Destruye todo lo que con esfuerzo habías construido, lentamente, soñando despierto. Ella se fue y yo le compré el boleto, le hice los papeles y la embarqué alegremente, mientras silbaba una de Lennon.

Y por dentro el payaso iba haciendo malabares, practicando saltimbanquis y llorando mientras reía y cantaba tristemente: Todo tiene su final…