Después de todo, aún sigo aquí. Puedo sentir los ojos fríos de la gente, puedo sentir cómo van escrutando cada centímetro, cada milímetro. Las gélidas miradas me arañan, el dolor es intenso. Cada gota que resbala inerte es un insulto tierno que alguna vez profirió.
Ya nada es igual desde aquella vez.
Dicen que está ciego. Yo sigo pensando que él aún puede ver. Con los ojos invisibles de la imaginación, pero aún puede ver. Le respondí dulcemente a cada una de sus tiernas incitaciones y ella siguió encantándome. Cada puntada que da es perfecta. La trampa quedó lista y es así que él cayó. Sus ojos se humedecieron, su espalda crujió con un llanto alegre. Dicen que ella levantó su cara con ambas manos. Estaban tibias, su voz acariciaba esos dos profundos hoyos; sin embargo, él seguía postrado, buscando su camino, camino que le fue imposible encontrar.
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