Nunca más lo vuelvo a hacer. No he entendido nada de la clase, me cruje el estómago y veo maripositas distorsionadas; definitivamente estoy mal, además, un café de desayuno y estar sin almuerzo es un intento de suicidio, pero tenía que venir, no quiero que la profesora me jale.
Realmente no debí hacerlo, pero los movimientos de Talía valieron la pena. Creo que batí mi propio record: 24 horas despierto, un polvo, una caja y media de chelas y casi nada de comida en el estómago. Pronto me enfermaré de gastritis, eso es lo que mamá me dice todos los días, pero yo no le hago caso, en realidad, no tengo tiempo para hacerle caso, la universidad absorbe todo lo que antes era mi tiempo, pero no me arrepiento porque es muy interesante investigar sobre el cine de Chaplin, la guerra de Troya y la filosofía de Nietzsche.
Todos miran a Valeria, Valeria nos mira a todos con una gélida vista, nos identifica y nos etiqueta con una bella pero siniestra sonrisa. Valeria es la más bonita del salón y también la más vieja (tiene 25 o 26 años) y según Renzo, tiene un enamorado de 30 años. Angelo dice que si le hace el habla, en menos de un mes se la va a comer, Humberto y yo solo admiramos sus preciosos senos y cuando ella se dirige al profesor, todos la silban. Sus ojos azules, su cabello negro y su nariz afilada encajan perfectamente en su rostro delineado, es flaquita y parece una caricatura. Tiene cuerpo de modelo parisina. Todos sabemos que ya ha hecho una carrera y está aquí para convalidar cursos. Siempre callada, observando todo y a todos, Valeria escucha atentamente la clase y a veces interviene. Su voz es suave como la de una quinceañera cantante y su léxico es el típico de la gente bohemia de Barranco y Miraflores.
Han pasado tres meses y todos se mueven con la angustia de un preso a punto de escaparse de la cárcel. Muchas de las chicas repiten monótonamente las clases y Renzo está pálido. Yo sólo me concentro en repasar lo escrito, sé que de esta nota depende el ciclo y no puedo dejar que me jalen, me matarían en casa. Es cruel el hecho de pensar que algún día tengamos que abandonar algo para lo que trabajamos tanto y a lo cual nos aferramos con totalidad; la vida está hecha para ser lo que queramos ser, sin ataduras ni reproches. Libre albedrío, libre albedrío y “Ética para Amador”.
¡Llegó la hora! El examen va a empezar y tengo miedo, pero tengo casi todo en la cabeza. Podré hacer todo y de todo, podré ser una bazofia social, pero no pienso jalar y mucho menos copiarme. Mucha gente en el salón lo hace, pero lo que más jode es la gente que se copia y luego se vanagloria de tener notas altas o de ser lo mejores del salón. Los repudio, los odio, malditos estafadores. Valeria me mira con esos ojos infinitos, creo que no sabe nada, yo podría ayudarla…
Pobre Valeria, está sentada a mi lado y creo que tiene una laguna mental, no reacciona. A propósito dejo que mire mi examen, va en contra de mis principios, pero… ¡Es tan linda! Parece un caramelito de menta, esa mirada gélida la hace de menta, menta fresca y embriagante, menta fresca y glacial, como los nevados de Pastoruri, menta bajo cero.
El examen acabó y creo que Valeria, al menos, saldrá aprobada. Yo escribí todo lo que sabía y dibujé mi clásico muñequito existencial en la esquina superior derecha de la hoja. Al levantarnos para entregar las pruebas, Valeria me sonrió (nunca olvidaré aquella sensación glacial) y luego musitó un “Gracias” dorado, un gracias especial, glacial, un gracias inmortal.
Esperé con ansias mi nota y vi que tenía un dieciséis, Valeria había sacado un doce (algo es algo) y cuando me acerqué a ella, me miró con ira y me dijo:
- ¿Te conozco?
- ¿Perdón?
Fue un dardo directo a la máquina de ilusiones, un dardo que rompió aquella esperanza pobre y triste, aquella pequeña luz de ilusión se extinguió tan deprisa que poco a poco, un sueño moría en el interior y una tristeza se apoderaba de un cuerpo, los diáfanos cristales caían cual garúa tímida de un invierno limeño. Había ganado la guerra pero perdido el reino.
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